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NCHR would like to thank Anna Grimaldi
Colomer - friend, volunteer and member, for her dedication to
Haiti's children and the restavèk project. The following article,
which will soon be available in English, highlights her work for
children everywhere.
Defensora de la libertadOriginally published on 5 August 2001 El voluntariado ha sido eje en la vida de Anna Grimaldi Colomer. Y Puerto Rico, su país adoptado -porque nació en los Estados Unidos-, la isla predilecta para sembrar filantropía. Pero fue en su casa, ubicada en Alabama, donde recibió junto a siete hermanos las primeras lecciones sobre la ayuda al necesitado. La situación de racismo en su estado despertó en ella, a temprana edad, la curiosidad y el sentido de justicia social. “Aunque era pequeña, sabía que algo estaba completamente mal. Cobré conciencia y desde niña la injusticia siempre me ha molestado. Por eso cuando la detecto me siento en la obligación de actuar. Entendía que tenía la responsabilidad y la capacidad para ayudar”, expresa algo tímida. Ese sentido de justicia, unido al hecho de que en la familia Grimaldi acostumbraban hacer trabajo voluntario en la comunidad, cimentaron las bases de su persona. Anna y sus hermanos se enriquecían ayudando al pobre, al deambulante, al envejeciente y al enfermo. Sin embargo, esa labor cobró fuerza años más tarde, cuando hacía su bachillerato en la Universidad St. Elizabeth, donde se especializo en educación bilingüe y bicultural. Posteriormente hizo una maestría en educación, con el fin de analizar los procesos educativos de los inmigrantes y sus efectos psicológicos. Terminó sus estudios y, como en bachillerato había conocido mediante una amiga puertorriqueña a su futuro esposo, comenzaron su vida en Puerto Rico. Y ya son 27 años en los que Anna -quien acaba de recibir un título honoris causa de su alma máter- riega en tierra caribeña su filosofía de vida. La educación y los niños, afirma ella, son su pasión. Dio clases a tiempo parcial y diseñó programas de lenguajes tanto en la Universidad del Sagrado Corazón como en la Universidad Interamericana, a la vez que crecían sus dos hijas. Pero en 1986 reafirmó su misión. Ser miembro fundador de la Junta y voluntaria del Comité de Puerto Rico para UNICEF (afiliada de las Naciones Unidas) desde 1979, no le bastaba. Decidió meterse en cuerpo y en alma a la organización, y por una década estuvo abogando por los derechos de los pequeños tanto en Puerto Rico como en Africa y Haití. A su vez estableció una empresa de consultoría “Teaching for Tomorrow”. Pero es dirigiendo el Comité de Derechos de los Niños, un proyecto de UNICEF, que se topó con los niños esclavos de Haití -conocidos como los restaveks. Una realidad que la atormentó y la persigue. Al presente trabaja pro bono con la Coalición de Derechos Haitianos (Proyecto Restavek). Y recalcó en la entrevista que es una situación que se vive en una hermana antillana de Puerto Rico. Se estima que unos 300,000 niños y adolescentes haitianos son víctimas de la esclavitud infantil. “Restavek”, agrega Anna, significa en el idioma nativo de los haitianos “quedarse con alguien”. Se trata de una práctica -más bien tradición- en la que muchos padres que viven en pobreza extrema mandan a sus niños a vivir con familias más acomodadas, con la excusa de proveerles una mejor calidad de vida. Pero esos niños terminan viviendo una esclavitud moderna. Laboran de sol a luna, duermen en el piso como si fueran animales, se alimentan de migajas y muchas veces son víctimas de abusos sexuales. Además, no reciben educación alguna, y al llegar a la adolescencia son abandonados en las calles de la ciudad, a la deriva, en miseria y con traumas. “Se trata de niños de siete y ocho años. En Haití son unos 300,000 pero a nivel mundial son millones de víctimas de trabajo infantil, que más bien es la esclavitud del mundo contemporáneo”, sentencia la mujer. Asimismo, reconoce que “no existen soluciones fáciles a problemas complejos”. Sin embargo, apunta que la concienciación y la educación son herramientas claves para erradicar males del pasado. Una de las maneras en que Anna creó conciencia fue extendiendo su ayuda al escritor haitiano Jean Robert Cadet, quien escribió sus memorias de niño esclavo en el libro “Restavek: from Haitian Child Slave to Middle Class America”. Ella leía el libro desde el balcón de su casa “y tuve que llamarlo”. Posteriormente lo ayudó con la promoción del relato por varios estados de los Estados Unidos. En síntesis, ese ha sido el voluntariado en Anna. Su motor continuará siendo siempre la esperanza, “un poder enorme tanto para nosotros como individuos como para las futuras generaciones”. Su labor, sin duda, atestigua ese poder.
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